miércoles, 14 de diciembre de 2011

Un Paseo "Con Mala Pata"

Ana y sus tres hijos menores salieron hasta la verja despedir a papá que se iba, con todas las mañanas a la ciudad a su oficina. A mediodía volvería para recogerlos y al día siguiente que era domingo ya darían por terminadas las vacaciones de verano.
Eran las siete de una mañana fresca y luminosa de esas de los primeros días de septiembre y el campo estaba radiante invitando a pasear. Tanto Ana como los chicos adoraban el campo y los tres meses que pasaban en la finca todos los veranos se les hacían cortos y nunca encontraban el momento de volver a la rutina de la vida de la capital.

Cuando el coche del Álvaro, el padre, se había perdido de vista Ana les propuso a sus hijos:
-Chicos, ¿Queréis que nos demos un paseo para despedirnos del Campo…?

A los chavales les encantó la idea y allí que salieron los cuatro triscando por lomas y
cañadas disfrutando del paseo, sin prisas, puesto que Papá no llegaría hasta la hora de
comer y ya le había encargado ella que se trajes un pollo asado, que con una ensalada y unos fiambres, les ahorrarían el agobio de hacer la comida a última hora.
Todo iba perfectamente, Ana no cesaba de encargar a sus hijos que mirasen bien donde pisaban, cuando fue precisamente ella la que tropezó cayendo de rodillas sobre una piedra agudísima que la partió la rotula.
Cuando logró sobreponerse al dolor lo primero que hizo fue calmar a sus hijos, pues los pobres, con once años la mayor, Elisa, y cinco el más pequeño, Carlos, estaban asustadísimos viendo a su madre en el suelo sin poderse mover; lo segundo que hizo fue con la ayuda de sus hijos ponerse de pié y lo tercero quedar desolada al ver donde se encontraban. Habían caminado tan despreocupadamente que su casa se encontraba a mas de dos kilómetros y el caserío más cercano se adivinaba más lejos todavía, y en todo alrededor campo, campo y solo campo sin que se viese ni un alma viviente.
Ana comprendió que no tenía más remedio que enfrentarse a la situación y apoyándose en el hombro de Elisa como si fuese una muleta y en la cabeza de Eduardo, el mayor de los chicos, como en un bastón, emprendieron la dolorosa
marcha; el más pequeño bastante tenía con caminar al lado conteniendo a duras penas las lágrimas.

Por fin, tras más de dos horas de camino consiguieron llegar al caserío de no más  dieciséis o dieciocho casas y una tienda en la que además de estanco y correos, podías comprar desde un arado a una pastilla de chocolate o unas alpargatas y !Hasta el Pan!
Cuando los vieron llegar en aquel estado muchos vecinos acudieron y Manolo, el dueño de la tienda que estaba cargando su furgoneta para hacer su venta de víveres por aquellos parajes como todos los días, se ofreció inmediatamente para ir al pueblo vecino, donde estaba el teléfono más cercano, para llamar a Álvaro y avisarle de lo que pasaba, a lo que Ana se opuso.
-No, le dijo; Si le dices que venga porque me he caído y me he roto una pierna, va a pensar que me ha roto la cabeza; para eso tendría que hablar yo con él y contarle lo que ha pasado, y no me encuentro en condiciones de llegar hasta el pueblo y subir y bajar del coche, mejor será que me lleves directamente a mi casa y como él vendrá a mediodía ya se enterará cuando llegue.

El buen Manolo se aplicó de nuevo a vaciar la furgoneta de lo que más estorbaba para poder acomodar el ella una silla para Ana, pero lo malo fue que no sabía cómo arreglárselas para subirla al coche, hasta que ella zanjó la cuestión rápidamente y echándole los brazos al cuello le dijo:
-Manolo, cógeme en brazos y con mucho cuidado me dejas sobre la silla como si fuese una cesta de huevos. Y así lo hizo el hombre no sin manifestar una cierta turbación.
Ya en la casa, Ana lo rimero que hizo fue llamar a los críos y decirles:
-No os asustéis, aquí no pasa nada, ya veréis como todo se arregla, pero me tenéis que
ayudar sin poneros nerviosos ni llorar y hacer lo que yo os diga.
Lo primero que tenéis que hacer es poner unas patatas a cocer y nos olvidaremos de hacer la ensalada. Luego, de esa persiana de varetas que hay en el patio, cortad diez o doce tiras de medio metro de largas y traédmelas. Ahora traed una sábana y vamos a hacer tiras como vendas.

Después envolvieron las puntas de las varetas con un trozo de tela cada una para que no arañasen y cuando todo estuvo preparado les pidió que le trajesen una toalla con la que se envolvió la pierna desde el tobillo hasta medio muslo. A continuación fueron colocando entre todos las varetas alrededor sujetándolas con las vendas, y así a fuerza de vueltas formaron un entablillado que aquella pierna parecía "la Columna de Hércules". Ya resuelto el problema principal, que era la inmovilización de la rodilla Ana pensó que le quedaban muchas cosas por hacer; se estaba haciendo un vestido y le faltaba la última prueba para poderlo terminar y si no se lo probaba ahora ya no podría hacerlo pues estaba segura de que le esperaba una buena temporada de “reposo” obligado, de forma que con mucho cuidado para no hacer ningún movimiento en falso se lo probó, le hizo los retoques necesarios y lo guardó para terminarlo durante el tiempo que tendría que estar sin levantarse de un sillón.

Cuando al probarse se vio en el espejo pesó “que con aquellos pelos” no podría aguantar hasta que pudiese ir a la peluquería y decidió lavarse la cabeza y ponerse sus “rulos”, cosa que hizo, siempre ayudada por los chicos. Después tenía que salir a secarse el pelo al sol y así lo hizo, o por lo menos lo intentó, porque ese Sol que había amanecido tan radiante se le ocurrió esconderse tras unos pequeños y gordos nubarrones, las típicas nubes de verano, que volaban por el cielo y cada uno que pasaba dejaba caer un chaparrón quedando a continuación totalmente despejado.

Cuando aclaraba Ana, con mil fatigas, salía y cuando había conseguido franquear el escalón de la puerta, ya tenía otro chaparrón encima. Otra vez a entrar en la casa para volver a salir y así hasta tres veces que acabaron haciéndola desistir, Ella no podía luchar contra los elementos. Con todos estos avatares, ya Álvaro estaba a punto de llegar y Ana se apresuró a arreglarse, ya se la había secado el pelo y se había podido peinar; se acomodó en una mecedora cubriéndose la pierna vendada con un chal. Al poco rato llegó Álvaro con su pollo asado y ¡con un espejo que era la puerta de un armario en la baca del coche ¡ .Sin fijarse en lo insólito que era que su mujer se quedase sentada en la mecedora en vez de salir a ayudarle, la llamó.
-Nena, ven a echarme una mano con esto.
-Lo siento Álvaro, pero no puedo, me ha torcido un tobillo y me duele. Que te ayuden los chicos.

Entre los cuatro bajaron el espejo, cuando ya estaba fuera de peligro de caerse Álvaro se dirigió a su mujer extrañado de su actitud.
-Pero, ¿Cómo ha sido…que te ha pasado?
-Nada, que me he roto una “pata”
-¡Dios mío, y que vamos a hacer ahora!
-No te apures que ya está todo controlado. Mira lo primero es dar de comer a los críos después en vez de irnos mañana domingo, nos vamos esta tarde.
-¿A casa…?
-No, directamente al sanatorio, ¿a qué esperar?
Así lo hicieron y a media tarde instalaban comodante a Ana un su cama de la clínica. Al
enterarse la monjita de lo que había pasado les dijo:
- Pues miren, van a tener suerte, pues el médico que sale esta tarde de servicio y se va a pasar el domingo a la playa se ha quedado en nuestra capilla a oír misa y después pasará una ronda final de forma que la verá dentro de un rato.
En efecto, unos minutos después vino el médico y cuando vio el entablillado de la pierna de Ana preguntó:
- ¿Quién le ha hecho esta primera cura?
-Yo, le contesto ella.
- ¿Es que es usted médico?
-No
- ¿Cirujano?
-No
- ¿Acaso traumatólogo?
-No
- ¿Enfermera entonces..?-No
-Pues…¿Qué títulos tiene…que experiencia..?
- El título de ama de casa y la experiencia de haber criado ocho hijos.

El médico se la quedó mirando con una expresión un poco entre asombrada y admirada y quizás un poco divertida, cosa que a decir verdad a ella le produjo interiormente un cosquilleo de satisfacción.
-Pues le puedo decir, continuo el médico, que nunca he visto un entablillado realizado por alguien no profesional, tan bien hecho como este; yo mismo, el primero que puse, estaba mucho peor.
Después de estas palabras tan estimulantes pasó a reconocerla e inmovilizarle la pierna hasta dos días después, que ya bajada la inflamación procedieron a toda una serie de radiografías y “tejemanejes” para terminar poniéndole una funda de y eso desde el tobillo hasta lo más alto. ¡Ahora sí que parecía aquella pierna una columna de Hércules! Y así se pasó la pobre Ana cuarenta días, hasta que pasados estos le quitaron la escayola y al fin se sintió libre.

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