sábado, 12 de diciembre de 2020

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 ¿ QUE HAGO YO AQUÍ , OS PREGUNTAREIS?

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                    En este "instrumento" y casi aturdida, por mis nietas quiero  dejar  constancia de hechos y recuerdos de mi ya larga vida, (nací en 1922) y ahora que ya me sobra el tiempo me entretendré intentando dejar por escrito esas vivencias, por si a alguien le interesa. 

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  Para facilitar la búsqueda del relato preferido se han agrupado en tres categorías:

                    .- RECUERDOS

                    - CUENTOS

        Y           - VIAJES

      a los que podéis acceder a través de las PESTAÑAS bajo el titulo o por medio del  "INDICE DE RELATOS" del lateral derecho de la página.

¿QUE ES UN VIAJE? (viaje con Juanico)

 

     ¿Qué ES UN VIAJE…?

                 (Viaje con Juanico)

                        Hoy, que para una persona es fácil desayunar en Madrid, ir a tomar el aperitivo en Berlín y después asistir a una representación en la Opera de Paris,  todo en el mismo día, esa persona dice que ha viajado a tres países en veinticuatro horas, mi opinión es que se ha trasladado.

            Yo llamo viaje a los que, sin pretender emular a Ulises, te dejan huella, cuando el ir de un lugar a otro que distara diez kilómetros era toda una aventura.  Recuerdo uno en  Julio  del 47 que no por ser corto se  pueda decir que no fuese memorable.


            Me encontraba pasando el verano en el campo en una finca familiar a cuarenta kilómetros de Murcia, estábamos toda la familia; mis padres, mis hermanos, mis sobrinos,  alguna amiga que siempre venia con nosotros, mi hija de un año y yo; solo faltaba mi marido que por razones de trabajo no podía reunirse con nosotros hasta la semana siguiente.  Mi marido me mandó una carta diciéndome que era absolutamente necesario que fuese a Murcia; el medio de transporte que teníamos en la finca eran dos tartanas y los carros para las tareas del campo, todos ellos tirados por mulas.





            Como en ese mes estaban en plena faena de trilla, aunque había un montón, tanto los labradores como las mulas no podían dejar su trabajo, las mulas tirando de los trillos, arcaicas plataformas de madera sobre rodillos provistos de cuchillas de acero con las que desmenuzaban la mies, y los hombres de pié sobre ellas conduciéndolas. La verdad es que aquellos mocetones quemados por el sol,  curtidos por los vientos y guardando el equilibrio mientras daban vueltas y más vueltas alrededor de la era te traen a la mente algún cuadro de Millet. Pero yo no estaba para romanticismos, yo sabía que tenía que ir a Murcia con mi hija y no sabía cómo salir de allí.       No quería comprometer a ninguno pidiéndole que nos llevase hasta la estación de ferrocarril de Riquelme-Sucina,   para poder coger el tren, porque sabía que les era materialmente imposible dejar el trabajo, pero yo tenía que ir a Murcia.      Al fin, viendo mi apuro, Águeda, una de las madres de los trabajadores de la finca, que era una mujer que no se amilanaba por nada, me dijo

-         Señorita, si usted quiere y se atreve, mi hijo Juanico las puede llevar a

usted y a la nena en la bicicleta.

-         ¡Pero Águeda!, le contesté, Yo claro que me atrevo, pero hay que tener en cuenta que el camino es peor que malo, son quince o dieciséis kilómetros de sendas, piedras, subidas y bajadas…¿Cómo vamos a ir los tres en la bicicleta?

-         Por eso no se preocupe usted señorita. Usted no pesa ná, y si es la nena, esa ni cuenta  y en cuanto al camino, mi Juanico está harto de hacerlo.

Y como no había otro remedio, ni otro medio,  acepté el ofrecimiento.

            Al poco rato se presentó Juanico, un mocetón de veinte años, basto y fuerte como un garrofero y con unas manos grandes como dos soplillos, con las que  en una ocasión mató a una rata que se le cruzó de un manotazo, empuñando  su bicicleta.

 

 Rápidamente y con una maestría que yo no me podía esperar, acomodó unos cojines sobre el cuadro y puso en el portaequipajes la bolsa que yo había preparado con algunas cosas indispensables cuando viajas con niños, terminada su faena me miró sonriente y dijo:

-         Dispuesto señorita, cando usted quiera.

Nos acomodamos en aquel artefacto, yo en el portaequipajes sentada sobre la bolsa que hacía un poco las veces de amortiguador y él salto sobre el sillín como el mejor jinete sobre el mejor caballo y con mi pequeña entre sus brazos, unos brazos capaces de dominar a una mula desbocada, y que parecía imposible que pudieran demostrar tanta delicadeza al coger “una cosa tan frágil”, y dijo alegremente: 

 

! ¡Al viaje y que sea lo que Dios quiera!   

Así emprendimos nuestra aventura por aquellos caminos y sendas llenas de piedras sueltas.  No quiero presumir de intrépida, pero desde luego esfuerzos, fatigas y sobresaltos no nos faltaron. Fueros quince o dieciséis kilómetros de continuas subidas y bajadas, cuando acabábamos de subir una cuesta nos encontrábamos en un “alto” de suelo llano y pedregoso, no se puede decir que estuviese cubierto de “bellas florecillas silvestres” y menos en el mes de Julio, pero tomillos, romeros, bolagas y palmitos, de esos si que había por todas partes llenando el aire del olor especial del verano y sobre todo había chaparras, grandes manchas de chaparras de las que de pronto salía disparado el rayo pardo de una liebre o el torpe y ruidoso revoloteo de una perdiz.

            Al terminar “el alto” nos encontrábamos con otra cuesta que nos bajaba a una cañada poblada de almendros cargados con su fruto maduro y a punto para ser recolectado… y otra loma! y otra cañada !, las lomas o “altos” eran más o menos iguales, pero el paso por las cañadas era más ameno ya que en unas se cultivaban robustos garroferos mientras que otras estaban pobladas de centenarios olivos, pero en lo que si que eran igualen los caminos, era que de todos los márgenes los lentiscos y los cardos se habían hecho los amos,  por lo que Juanico si intentaba esquivar a unos se iba contra los otros, lo que suponía para las piernas un verdadero martirio.


De vez en cuando se nos cruzaba un conejo asustado a nuestro paso, lo que obligaba al mozo a nuevas piruetas con la bici y con nosotras a cuestas, mientras tanto resoplaba como un  fuelle y yo le decía sobre todo cuando llegábamos a una loma:

            -Juanico para, déjame bajar; yo subiré la cuesta andando y tú sigues con la nena en la bicicleta.

            Pero el mozo no se daba por vencido:

            -¡Que nó, señorita! ¡Qué “esto no es ná”!

“Usté” pesa menos que un saco de trigo de los que llevo al molino, y esta muñeca menos que la sartén de migas que me como p´almorzar,  y seguía dándole a los pedales y yo agarrada a aquella espalda recia como el tronco de un pino y que olía a sudor y a paja de la era.


 

            Por fin salimos de aquellos caminos casi intransitables y desembocamos  en la carretera justo en el sitio llamado “El alto de las Marías”. Habíamos superado la última cuesta importante que había que subir, pero ahora había que bajarla para llegar a Sucina, y fue una bajada verdaderamente vertiginosa, los tres sobre aquel viejo trasto de dos ruedas. Paramos unos minutos para descansar un poco y refrescarnos tomando una “paloma”, un vaso de agua fresca del botijo con un chorro de anís seco. Ya un poco recuperados seguimos nuestro viaje atravesando el pueblo para encontrarnos con la última cuesta al tomar el camino de la Estación que a diferencia de los otros, éste no tenía cardos, tenía tierra suelta y profundas rodadas producidas por los carros en las que se hundían las de la bicicleta haciéndola tambalear y solo la fuerza de Juanico impedía que terminásemos los tres en el suelo. Nunca pude explicarme como no nos caímos ni una sola vez.


            Cuando después de cuatro o cinco kilómetros de más saltos y traqueteos llegamos a la pomposamente llamada Estación Ferroviaria de Riquelme-Sucina y dimos fin a nuestro viaje nos  sentimos unos Marco Polo; sentimos un alivio semejante al que yo pienso que debió de sentir el incansable mercader veneciano al terminar los suyos. Perdón por la comparación, ya sé que los suyos fueron  “un poquito más largos y accidentados”, pero para nosotros con el que acabábamos de hacer tuvimos más que suficiente.

            Casi habíamos terminado. Juanico se despidió, empuño de nuevo su bicicleta y, esta vez afortunadamente solo, emprendió el regreso para volver a subirse al trillo.            Ya en la estación con mi hija, como de su alimentación no me tenía que preocupar porque todavía mamaba, me dediqué a buscar un sitio donde acomodarnos lo más cómodamente  posible y esperar…esperar…esperar.

            Me habían dicho que “algunos” días pasaba un tren de mercancías al que “algunas veces” añadían “algún vagón de pasajeros” y que “algunas veces” paraban allí antes de terminar en su destino Alquerías antes de llegar a Murcia, pero que lo más seguro era el tren Correo que venía de Cartagena a las diez de la noche.         Pero el resto de la historia hasta mi llegada a Murcia, merece “capítulo aparte”.

                                                 

Julio de 2020         CAROLA

                        NOTA DE “LA EDITORIAL”: Como es natural, las fotos son un “apaño para hacer bonito”entre otras cosas la niña aparece muy crecida para un añito, pero las caras y casas son auténticas, menos la de Juanico que no se sabe si llego a hacerse alguna foto.


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