lunes, 7 de febrero de 2011

ES BONITO RECORDAR (Caldero en La Manga) 1930/1940

Es bonito recordar...

   Creo que mis primeros recuerdos son de los veranos que pasábamos en la playa, en aquel pequeño pueblo de pescadores de no más de 20 o 30 casas, las cuales alquilaban los dueños durante los meses de verano, para conseguir unas pesetas extra para ir viviendo.


 José, el pescador, una bellísima persona así como su mujer Candelaria, algunas veces cuando no tenía que salir a la mar a pescar, nos llevaban  a mis padres y a mis hermanos, y a mí por supuesto, en su barco de vela a dar un paseo por el Mar Menor llegando a veces hasta La Manga. Aquello era increíble. Mientras íbamos en barco, con el aire batiendo la vela, el agua tan azul, las pequeñas olas salpicándonos de espuma y dejando tras nosotros una estela blanca, nos sentíamos algo así como “El Capitán Pirata”. Todavía parece que lo estoy viviendo.

Pero lo mejor era el desembarcar en La Manga. En aquellas fechas, principio de los años 30, era un lugar absolutamente virgen. Allí no había nada mas, y nada menos, que juncos, conchas, algas, lirios silvestres y arena, mucha arena, por todas partes dunas de arena blanquísima, y luego el mar. Dos mares. El Mar Menor y el Mediterráneo, Mar Mayor como se le llamaba entonces, uno a cada lado de aquella estrecha franja suave y mullida. No había nada comparable a la alegría de zambullirse en el agua tibia de un mar, cruzar corriendo los metros, unos 100, de arena que los separaban y volvernos a bañar el otro de aguas más frescas. Aquella sensación era algo único.     
 Así pasaron varios años y tras una guerra por medio, volvimos al pueblo y a la misma casa a encontrarnos con José y Candelaria que como había hecho los años anteriores nos recibía con una gran fuente de pescado frito que acababa de pescar José.               
                                                                                              Ahora ya había luz eléctrica en el pueblo. Otra vez, como hiciera en otras ocasiones, nos llevó a toda la familia incluido mi novio, yo ya era mayor, en su barco de vela a La Manga que seguía estando desierta, a hacernos un clásico “Caldero”. Primero fuimos a “La Encañizada”  escoger el pescado en “los corrales” y después a la playa donde empezó la verdadera aventura.                                                                                                                                                         

Bajamos del Barco y José plantó el trípode de cañas para colgar el caldero de hierro y empezó a cocinar el pescado. Cuando estaba a medio cocer, al caldero le saltó un remache que tapaba un viejo agujero, eran tiempos difíciles y las vasijas se remendaban, y ante el apuro del pobre pescador empezó a salirse el caldo. Como pudo contuvo aquel desastre pero lo peor era que no tenía otro caldero; el punto habitado más cercano era “La Encañizada”, al otro lado del canal o “gola” que comunicaba el Mediterráneo con el Mar Menor, y allá que nos lanzamos a cruzarlo a nado mi hermano, mi novio y yo como si fuésemos tres tritones,  ¡Lo que se hace cuando se tienen dieciséis o dieciocho año.
Los encargados de la encañizada nos prestaron otro caldero y otra vez nos volvimos a lanzar al  agua llegando victoriosos a nuestro campamento, donde José pudo por fin terminar su caldero que por cierto le salió delicioso, dando entre todos buena cuenta de él, y terminando la aventura felizmente. En fin, que fue un día inolvidable.    
                Es bonito recordar          

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